Miró una vez. No vio nada.
Miró otra vez. No vio nada.
Miró una tercera vez y los ojos de una bestia inyectados en sangre clavaron su mirada en él, con la ira y la frialdad de una espada templada en el mismísimo infierno.
Sólo pudo respirar aceleradamente y suplicar clemencia.
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