Creía que nadie la miraba, que todo el mundo estaba distraído y que sólo ella estaba de verdad reflejada en el espejo. Así que, resuelta, y de una forma un tanto inesperada, se arremangó la falda y se levantó. Se acercó cuidadosamente al espejo y se observó a sí misma, vestida de gala para una ocasión que así lo merecía. Se miró a los ojos y descubrió que brillaban. Solo reconocía ese brillo en sus ojos de ocasiones anteriores, cuando estaba a punto de llorar. Y no pensaba que fuera a llorar. No lo sentía así. Aunque el nudo de su garganta y las venas marcadas en sus manos mientras agarraba la falda decían todo lo contrario. Mantuvo el gesto firme y seguro. Sereno y confiado y siguió mirándose a los ojos hasta que fue capaz de decirse a sí misma "sí". Sólo eso. "Sí". Cerró los ojos lentamente y una lágrima se dejó caer por la mejilla sonrojada por el colorete. Con los ojos aún cerrados y la diminuta lágrima haciendo brillar su piel de porcelana, se giró lentamente y se dirigió a la zona de fumadores. De repente todo estaba presente. Lo que ante el espejo estaba difuminado ahora se hacía notar, se veía con toda claridad. Y con decisión y rectitud se dirigió a la mesa más apartada, constituida por tres hombres trajeados y una mujer de baja estofa. Atravesó el salón haciéndose notar de una manera tan sutil que todos miraban pero nadie comentaba la jugada. Tres pasos, dos, uno...
Palabras con palabras, puñados de sensaciones y algo de música
jueves, 25 de junio de 2009
martes, 9 de junio de 2009
Pen and notebook
Teniendo en cuenta que no sabía muy bien si hacía frío o calor, que todo le parecía un poco más oscuro de lo normal, y que los zapatos le quedaban grandes, se quedó sentada mirando a través de la ventana y simplemente observó cómo las nubes se iban cerrando y amenazaban con empezar a descargar agua en pocos minutos.
Se miró los pies y las uñas de los pies. El color rojizo del esmalte estaba empezando a descascarillarse. Movió lentamente los dedos como queriendo desentumecerlos. Con las manos apoyadas en la cama y con la postura de un niño retorciendo las piernas, dejó caer el pelo sobre la cara.
No sabía si reír o llorar. No sabía si gritar era la manera indicada en aquel momento de romper el silencio. No sabía si quedaba papel higiénico ni si comprar una barra de pan o dos para comer. Ni sabía por qué extraña razón había decidido pintar la habitación de rojo. Ni por qué tenía que hacerse mayor ni por qué tenía que sonreír a la gente que no le caía bien. Ni entendía que el espejo del ascensor fuera amarillento y todas las mañanas le dibujara más ojeras de las que tenía, ni que los días tuviesen solo 24 horas. 24 horas en las que la mayoría de las cosas que pasaban eran del todo incomprensibles para ella.
No entendía nada. Ni quería. Solo quería mirar por la ventana y esperar sentada, con el pelo sobre la cara y las piernas retorcidas a que, de un momento a otro, empezara por fin a llover.
Se miró los pies y las uñas de los pies. El color rojizo del esmalte estaba empezando a descascarillarse. Movió lentamente los dedos como queriendo desentumecerlos. Con las manos apoyadas en la cama y con la postura de un niño retorciendo las piernas, dejó caer el pelo sobre la cara.
No sabía si reír o llorar. No sabía si gritar era la manera indicada en aquel momento de romper el silencio. No sabía si quedaba papel higiénico ni si comprar una barra de pan o dos para comer. Ni sabía por qué extraña razón había decidido pintar la habitación de rojo. Ni por qué tenía que hacerse mayor ni por qué tenía que sonreír a la gente que no le caía bien. Ni entendía que el espejo del ascensor fuera amarillento y todas las mañanas le dibujara más ojeras de las que tenía, ni que los días tuviesen solo 24 horas. 24 horas en las que la mayoría de las cosas que pasaban eran del todo incomprensibles para ella.
No entendía nada. Ni quería. Solo quería mirar por la ventana y esperar sentada, con el pelo sobre la cara y las piernas retorcidas a que, de un momento a otro, empezara por fin a llover.
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