Gabriel se encerraba en el armario de su habitación y con
una linterna se contaba los dedos de las manos y los dedos de los pies. Andrés,
su hermano mayor, siempre le había contado que por las noches los monstruos
salen del armario para llevarse a los niños que no duermen. Por las noches
aguardaba a ver alguno de esos monstruos que nunca llegaban y por el día se
encerraba en el armario para contarse los dedos de las manos y los dedos de los
pies. No hacía mucho que sabía contar, pero ya se le daba bastante bien. Sabía
contar las estrellas que se veían desde el jardín después de cenar, sabía
contar los lápices de colores que Andrés guardaba en su estuche rojo, sabía
contar los días que su padre salía de casa dando un portazo, las veces que su
madre se escondía en el baño llorando, y el número de moratones que su madre
coleccionaba por golpearse sin querer con los muebles del salón o con la
barandilla del porche. Nunca contó los gritos y golpes que se escuchaban al
otro lado de la casa en la habitación de sus padres, porque cuando eso pasaba,
Gabriel se encerraba en el armario de su habitación y con una linterna se
contaba los dedos de las manos y los dedos de los pies.
de vuelta...
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