Tengo el sueño agolpado en las pestañas,
mordiéndome lo poco que queda de mis fuerzas,
pero sin comerse ni una pizca de lo que ya me guardo.
Tengo un tornillo mal enroscado
en el cuello,
el ombligo
y el pie derecho.
Tengo el frío agarrándose a mi cintura a las 6 de la mañana,
y el calor 5 minutos después.
Tengo una colección de escalofríos escondidos en el pecho
y un tablero de ajedrez dibujado al final de la espalda,
donde el Rey ataca a la Reina y viceversa,
y al final siempre ganan los dos.
Tengo un listado increíble de deudas
que no pienso dejar de saldar,
antes o después,
porque son más las ganas que el miedo, la duda o el ya se verá.
Tengo un “no es justo” tatuado en la palma de las manos y en la oscuridad que aparece cuando cierro los ojos.
Y en la luz de después al levantar las persianas.
Pero tengo por seguro que el sueño pasará,
y si no
lo recuperaré quedándome en coma
entre las sábanas amarillas,
las azules
o las blancas.
Que los tornillos mal enroscados están así desde la última vez que me quedé traslocada, y sé que me volverá a pasar,
irremediablemente.
Que el frío es pasajero.
Tanto
que no me preocupa
y además sé cómo remediarlo.
Tengo muy claro
que los escalofríos derrotan a cualquier Rey y a cualquier Reina,
sea cual sea la partida,
para luego volver al pecho,
como si nunca hubieran salido de allí.
Las deudas serán saldadas:
los villanos es lo que tienen,
que cumplen su palabra
por muy cruel y salvaje que ésta sea.
Y lo injusto
no dura eternamente.
Palabras con palabras, puñados de sensaciones y algo de música
viernes, 29 de mayo de 2009
lunes, 18 de mayo de 2009
Fairytale
Una vez, hace mucho, cuando quise poner las cosas en su sitio, con el poquísimo valor y coraje que me caracterizan, cometí el peor error de mi vida. Si alguien leyera esto alguna vez probablemente mi vida llegaría a su fin, me perseguirían y terminaría ahorcado como el herrero. ¡Qué perjuicio habría causado él, si tan solo quiso ayudar a la señorita Harriet!. Desde entonces nada ha vuelto a ser igual. Hace ya mucho que callo y me ahogan las pesadillas cada noche, el silencio me atormenta y la luna me juzga una y otra vez.
Hace años, después de lo sucedido, decidí trasladarme a esta casa de mala muerte perdida en medio de la nada, rodeada de árboles donde los búhos no duermen ni de noche ni de día, y donde el vacío te devuelve la sombra de tu propia voz envuelta de temblores e inquietud. Pensé que aquí nadie me buscaría. Sin embargo, ayer, al volver de por leña, me topé con mi pasado, amenazándome en la puerta del cobertizo. Al ver aquella herradura posada sobre el tirador de la puerta comprendí perfectamente que ya no hay vuelta atrás: la caza ha comenzado. El herrero fue el primero. Ahora vienen a por mí. En milésimas de segundo lo que pasó aquella noche reapareció ante mis ojos y casi pierdo el sentido. No vi más que sangre, gritos y desconcierto.
Nunca he tenido valor para muchas cosas, pero tampoco para hablar. No sé cómo pude ser tan imprudente, cómo el instinto pudo sobreponerse a la razón, ni cómo me forjé este destino incierto casi sin querer. Nunca quise herir a nadie y menos sesgar la vida. Jamás. Ni siquiera al injusto y depravado de Lorens. Sigo pensando que fue un accidente, un desgraciado accidente, pero seguro que el Alcalde no piensa lo mismo y es por ello que sus secuaces no tardaron en buscar culpables. Siempre lo hacen, están en todas partes.
Y si alguien siente un dolor tan agudo como el de una bala atravesándole el corazón, ese soy yo. Que lo que ocurrió en aquel antro aquella noche no fue un acto de gallardía ni una demostración de poderío. Fue por defender su dignidad. Por mantener limpia su honra y su virtud. Que ni tan siquiera llegaba a los 16 y ya la iban a vender a precio de saldo. Y el insolente del Alcalde era el primero en aprobar tales arreglos. ¡Con sangre de su sangre! . Ella no se merecía aquello y, por salvarla, por cuidarla, todo salió mal.
Y no fui yo. Yo nunca he matado a seres humanos. Pero no puedo vivir con esta carga, ni con el temor de saber que me buscan por algo que no hice. Ya no hay vuelta atrás. Ella ya no está y mi estómago cada vez es más pequeño de no comer. Vivo en un sinsentido continuo encerrado en este infierno de cuatro paredes rodeado de falsa quietud en medio del bosque más lejano de la zona.
Aquella noche, en la taberna del pueblo, iban a venderla. Y no al mejor postor. A cualquiera de ellos. A quién quisiera desvirgarla por cuatro míseras monedas. Ella, tan inocente… Y el Alcalde presidía el acto, orgulloso él. Demasiado grande fue la repugnancia que me dio y todo se fue de las manos. Entre borrachos, indecentes y matones, todo se desbarató. De repente los disparos llenaron el salón y todo se precipitó. Ella sangraba sin parar, sufría espasmos y yacía inconsciente. Instintivamente miré al Alcalde y en su mano lucía segura una pistola que exhalaba humo. Entonces disparé a bocajarro, sin pensar y con los ojos cerrados. Siempre fui un cobarde y eso fue lo más bravo que he podido hacer en mi vida. Y aunque alguien yació muerto tras el disparo que salió de mis propias manos, no fue quien yo habría deseado en ese momento.
Ahora me buscan. Dirán que yo maté a la chica. No puedo ya ni con el silencio que guardo desde hace años ni con la tortura de no tenerla. Que no era más que una niña pero era lo más preciado del condado.
Si hubiera hablado aquellos días, pronto me habrían dado presa. Y ahora, que no he hablado aún, me van a matar de igual modo. Y sigo siendo igual de cobarde. Tan sólo puedo permitirme un acto más de valor.
Que Dios me perdone.
Hace años, después de lo sucedido, decidí trasladarme a esta casa de mala muerte perdida en medio de la nada, rodeada de árboles donde los búhos no duermen ni de noche ni de día, y donde el vacío te devuelve la sombra de tu propia voz envuelta de temblores e inquietud. Pensé que aquí nadie me buscaría. Sin embargo, ayer, al volver de por leña, me topé con mi pasado, amenazándome en la puerta del cobertizo. Al ver aquella herradura posada sobre el tirador de la puerta comprendí perfectamente que ya no hay vuelta atrás: la caza ha comenzado. El herrero fue el primero. Ahora vienen a por mí. En milésimas de segundo lo que pasó aquella noche reapareció ante mis ojos y casi pierdo el sentido. No vi más que sangre, gritos y desconcierto.
Nunca he tenido valor para muchas cosas, pero tampoco para hablar. No sé cómo pude ser tan imprudente, cómo el instinto pudo sobreponerse a la razón, ni cómo me forjé este destino incierto casi sin querer. Nunca quise herir a nadie y menos sesgar la vida. Jamás. Ni siquiera al injusto y depravado de Lorens. Sigo pensando que fue un accidente, un desgraciado accidente, pero seguro que el Alcalde no piensa lo mismo y es por ello que sus secuaces no tardaron en buscar culpables. Siempre lo hacen, están en todas partes.
Y si alguien siente un dolor tan agudo como el de una bala atravesándole el corazón, ese soy yo. Que lo que ocurrió en aquel antro aquella noche no fue un acto de gallardía ni una demostración de poderío. Fue por defender su dignidad. Por mantener limpia su honra y su virtud. Que ni tan siquiera llegaba a los 16 y ya la iban a vender a precio de saldo. Y el insolente del Alcalde era el primero en aprobar tales arreglos. ¡Con sangre de su sangre! . Ella no se merecía aquello y, por salvarla, por cuidarla, todo salió mal.
Y no fui yo. Yo nunca he matado a seres humanos. Pero no puedo vivir con esta carga, ni con el temor de saber que me buscan por algo que no hice. Ya no hay vuelta atrás. Ella ya no está y mi estómago cada vez es más pequeño de no comer. Vivo en un sinsentido continuo encerrado en este infierno de cuatro paredes rodeado de falsa quietud en medio del bosque más lejano de la zona.
Aquella noche, en la taberna del pueblo, iban a venderla. Y no al mejor postor. A cualquiera de ellos. A quién quisiera desvirgarla por cuatro míseras monedas. Ella, tan inocente… Y el Alcalde presidía el acto, orgulloso él. Demasiado grande fue la repugnancia que me dio y todo se fue de las manos. Entre borrachos, indecentes y matones, todo se desbarató. De repente los disparos llenaron el salón y todo se precipitó. Ella sangraba sin parar, sufría espasmos y yacía inconsciente. Instintivamente miré al Alcalde y en su mano lucía segura una pistola que exhalaba humo. Entonces disparé a bocajarro, sin pensar y con los ojos cerrados. Siempre fui un cobarde y eso fue lo más bravo que he podido hacer en mi vida. Y aunque alguien yació muerto tras el disparo que salió de mis propias manos, no fue quien yo habría deseado en ese momento.
Ahora me buscan. Dirán que yo maté a la chica. No puedo ya ni con el silencio que guardo desde hace años ni con la tortura de no tenerla. Que no era más que una niña pero era lo más preciado del condado.
Si hubiera hablado aquellos días, pronto me habrían dado presa. Y ahora, que no he hablado aún, me van a matar de igual modo. Y sigo siendo igual de cobarde. Tan sólo puedo permitirme un acto más de valor.
Que Dios me perdone.
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